RAVES, FESTIVALES Y CLUBS
Una historia de prohibición y demonización

Entrevista VIE 06 NOV 2020

La situación de quiebre que trajo consigo este año, puso sobre la mesa varias temáticas que, siendo problemáticas preexistentes, con el vértigo de lo cotidiano pasaban de largo. El párate en las actividades de nuestra industria, tiene en lo particular de nuestro país, antecedentes que ya habíamos asumido como naturales, por ejemplo, la no realización de festivales desde el año 2016 -en Buenos Aires-, asi como la prohibición de la actividad de clubs post Cromagnon (2004). En esta nota nos disponemos a analizar lo que implica para una escena, la ausencia de este tipo de eventos.

Festis TW
Postal de Time Warp 2016.

El tema que nos planteamos recorrer con este articulo tiene varias capas de análisis. Para iniciar, nos vamos a adentrar en un momento bisagra: la tragedia de Time Warp 2016 y la posterior de caza de brujas sobre la música electrónica.

Durante el desarrollo de un festival masivo, en Costa Salguero, murieron 5 clubbers. Con exposición mediática a nivel nacional durante varias semanas, el poder político decidió resumir la situación en que la música electrónica era sinónimo de consumo de drogas y excesos, teniendo como consecuencia estas muertes. Simplismo e ignorancia, en su más amplio sentido. En lo inmediato se decidió suspender cualquier tipo de eventos en el que sonara esta música.

Ariana Ramos, responsable de Ban Talent, empresa dedicada a la consultoría de artistas y logística para eventos, nos cuenta sobre esa etapa: “Lo que pasó en 2016 fue un golpe muy fuerte para la escena ya que venía creciendo sin parar desde hacía mucho tiempo. Pasamos años difíciles luego de esas prohibiciones con pocas capacidades en los eventos y muchos controles. La escena quedó golpeada, mal vista. De a poco se fue reconstruyendo, más allá de que es un país con muchas trabas y complicaciones económicas que siempre influyen”.

Durante los meses siguientes se volvió a permitir la actividad en clubs, con un recrudecimiento de los controles y nuevas exigencias en cuanto a habilitaciones. En ningún momento se puso como eje del debate la reducción de daños, la cual creemos es la política más sensata ante la realidad que se vive en este siglo. Desde ese momento hasta el actual año, se volvieron a realizar eventos un tanto más masivos -como los de Mandarine Park o las apariciones de Hernán Cattaneo-, pero nunca se volvió a dar la lógica de “festival”.

Sergio Athos, dueño del club Bahrein, reflexiona de la siguiente manera sobre lo que trajo consigo la tragedia de Time Warp: “Era un tipo de evento que movía muchísima gente y que no tenía los controles rigurosos que se hacían en los clubs. El problema termina siendo que la gente que nos gobierna y establece los controles, en general, son gente incompetente puestos a dedo por ser amigos de alguien, el problema no fue Time Warp, fue que no se controló”.

Festis Creamfields
Richie Hawtin en Creamfields BA 2014.

Para seguir con el analisis, vale ir a un concepto más básico ¿Qué es un festival? Para encontrar respuestas no hace falta irnos a Europa, donde la escena tiene otro nivel de desarrollo. Si observamos en nuestro continente, encontramos en países como Brasil y Chile, varios ejemplos. Los festivales mas interesantes hacen foco en generar a lo largo de un par de días, un sentimiento de comunidad -compartir en armonía con el resto del público y los artistas-, y por sobre todo, se trata de intercambio cultural.

Del párrafo anterior se desprende otra pregunta ¿En Argentina vivimos alguna vez un evento con estas características? Podemos encontrar ejemplos, como las raves de Parque Sarmiento en los 90s, las primeras Creamfields o festivales outdoor en diferentes puntos del interior del país. Más allá de intentos, se desprende que nunca se terminó de dar un desarrollo real de festivales con foco en el contenido y sostenidos en el tiempo.

Ultimate Rave 2 (junio 1998)
Ultimate Rave, 1998.

Sobre el germen que dio lugar a las raves de los 90s, Diego Cid -uno de los grandes responsables para que todo eso suceda-, recuerda: “Las raves no surgieron de la nada, veníamos generando desde fines de los 80s con fiestas chicas en clubs, que de a poco empezaron a crecer. Con DJ Union y Urban Groove, empezamos a generar más espacios y a tener más adeptos. A partir de ahí dijimos: hagamos fiestas más grandes, veíamos que nos quedábamos sold out en las discotecas. Se hicieron las Ultimate y la Underground Park en Parque Sarmiento, donde se logró ese espíritu de convocatoria. Eso termino en la Rave Sudamericana donde hubo más de veinte mil personas. Se habían puesto de moda las fiestas masivas, pero fue algo lento como se llegó hasta ahí.

Eso llamó la atención de los medios de comunicación que nos trajeron más gente. Pero ¿Cuál era el problema de las fiestas grandes? No estaban soportadas por marcas grandes ni teníamos permisos legales. Éramos artistas, bohemios, no éramos organizadores, como después fue la Creamfield, que para mí ya no tuvo nada que ver con todo esto otro. Eso marcó una época, también mi dirección en Radio Energy, fueron cosas que desencadenaron más adeptos, fue bueno para la música electrónica“.

Festis Urban Groove
La Urban Groove en los 90s.

Así mismo, Diego diferencia los eventos masivos de los 90s, de las grandes marcas de festivales que vinieron después: “Las raves y las primeras fiestas dejaron algo en la música electrónica, los festivales no dejaron nada, solamente drogas, música comercial, marcas figurando. Los que hacían las fiestas querían ganar plata y los que iban querían drogarse, la música dejó de importar. En las raves invitábamos a “un padrino” por pista, los demás eran djs locales y tocábamos en horario central. Los grandes festivales arruinaron a la artística nacional, nos relegaron a hacer warm ups. El único que logró destacarse en esos grandes festivales fue Hernan Cattaneo”.

Otra de las capas de análisis, nos lleva al opuesto de los festivales: los clubs chicos. Esto, nos remite a otra situación de quiebre en nuestro país, Cromagnon. Durante un recital de la banda Callejeros (2004), murieron 194 personas. En este caso, la caza no fue contra el género electrónico, sino contra la realización de eventos musicales de todo tipo, y en particular, contra los espacios donde se desarrollaban.

Desde diciembre hasta marzo se mantuvieron cerrados todos los spots de la Ciudad de Buenos Aires. El regreso a la actividad fue paulatino, quedando reservado para aquellos clubes con habilitación C, es decir, los espacios medianos y grandes, con mayor estructura. Este momento marcó el fin del baile libre, dejando en el camino a muchos bares y lugares pequeños, de corte más independiente. Desde entonces conseguir la habilitación clase C –la que te permite bailar- se convirtió en una odisea, casi un imposible.

Festis Cromagnon
Mural conmemorativo por las victimas de Cromagnon.

Con un Bahrein inaugurado apenas un mes antes de la tragedia, Athos recuerda ese momento: “Cromagnon fue un golpe muy duro, con un club recién instalado y con muchísimo dinero invertido, nos vimos cerrados de un día para el otro, por una cuestión que no correspondía ya que el club estaba perfectamente habilitado. Éramos el único club con una nueva habilitación de renovación anual, que se había implementado justo un poco antes de la tragedia, con muchos más controles. La gente nunca lo supo, pero todo lo que se impuso después ya estaba pensado de antes. Tengo la habilitación número 1 de ese modelo nuevo. Además, por un tema personal -habían muerto muchos amigos en el incendio de la discoteca Key Biscayne, 10 años antes-, a la mitad de la obra me agarró una paranoia por la seguridad e hice un sistema de puertas automáticas para aislar focos de incendio, sistema de roseadores, etc. Todo lo que después pidieron yo lo tenía hecho previamente. De hecho, la gente que intervino la municipalidad me decía, vos tenes todo en regla, pero no puedo habilitarte por un tema político, me lo decían en la cara. No tuve que cambiar ni un fierrito de lugar para que me lo vuelvan a habilitar, así y todo tuve que estar dos meses cerrado“.

Un análisis más amplio del porqué se vivieron estos hechos en nuestro país, nos llevaría a otros terrenos, como el político y social. Pero si nos suscribimos al impacto que todo esto significó para la escena electrónica, nos encontramos con algunas certezas…

Una escena rica en contenido y con proyección de crecimiento para artistas, promotores y público, no se puede pensar si no existen los distintos tipos de eventos y espacios, para cada momento y nicho. Los festivales con un concepto realmente cultural, son los que permiten a los diferentes actores nutrirse de experiencias y conocimientos que expandan su mundo creativo. Así como, los clubes chicos y bares musicales, son los responsables de generar cultura y underground -entendiendo este último término como un canal de experimentación musical y humano-.

Festis Bahrein
El club Bahrein, año 2007.

Sobre los ideales que primaban en décadas anteriores, cuando se podía vivir un ecosistema electrónico más libre y artístico, Cid concluye: “¿Por qué nosotros pudimos hacerlo? Porque éramos unidos, me acuerdo mesas de 20, 30 djs comiendo pizza y hablando de música, compartiendo que discos comprábamos, nos respetábamos.”

Las soluciones a esta problemática, son tan amplias y por fuera de lo que puede proponer un medio de comunicación o un grupo de artistas, que no creemos que podamos marcar el camino a seguir para saldar estas deudas. Pero si creemos que plantear la situación como una realidad existente, es algo necesario que puede abrir canales de reflexión, y por qué no, acciones concretas. Más aun, teniendo en cuenta que el escenario post pandemia, abre una nueva chance de reformular la escena, con bases mas sólidas.

Nota: Damián Levensohn.

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