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sáb 04-oct-2008 7:44
Nine Inch Nails es una máquina perfecta. Una usina nuclear capaz de lanzar una estampida sonora tras otra que, luego de más de dos horas, finalmente arrasó con el Club Ciudad.
Y Trent Reznor es la mano que alimenta esa máquina. Multifacético, el tipo es un frontman criminal. Capaz de asesinarte con la mirada, mientras su andamiaje musical y visual te corroe hasta el fin de los huesos. Capaz, también, de cantar con voz aterciopelada al final del show, como si recién empezara.
Musicalmente Nine Inch Nails es demoledor. Riffs endemoniados, densos, corrosivos; programaciones surgidas en una disco demencial; secuencias dignas de una nueva Matrix. Y cinco o seis temazos como Closer, Terrible Lie, The Hand That Feeds, Head Like a Hole, o God Given como para ponerte a cantar y, sí, bailar.
Cuando el final no es más que una certeza, uno no puede dejar de pensar en la cantidad de bandas sobre las que influyó este tipo. Y lo notable, es que a pesar de tantos años de ruta, aún siga tan vigente.
El otro impacto del show es visual. Un set de luces utilizado como hasta ahora no se ha visto en el Pepsi y dos pantallas de leds colgantes que son protagonistas durante largos pasajes del concierto. A tal punto que una desciende desde lo alto y se posiciona detrás y delante de los músicos, convirtiéndolos en poseídas siluetas. Luego, como si se hubiera hartado de tantos leds, Reznor "borra" la pantalla con una especie de linterna virtual. Un pasaje fascinante de un show que, a esa altura, tenía a todos boquiabiertos por tanta perfección.
Decía al principio que Nine Inch Nails es una usina nuclear. Un maquinaria capaz de levantar una presión tan fuerte, que la onda expansiva de su estallido perdurará por mucho tiempo.
Fuente: http://blog.fmrockandpop.com/home.aspx?id=1850&minisiteid=87
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