Fue la última vez que voy a una Creamfield. Lo mismo de siempre con la organización espantosa. Por un momento me sentí uno de una masa de caminantes como los de los de "The Walking Dead", aplastándose y manoteándose entre sí para llegar a conseguir un ticket de bebida, y luego un gusano arrastrándose para llegar a una barra y que te sirvan ese champagne berreta a precio de Chandón multiplicado por 100.

Ni que hablar al final hacer el mismo proceso denigrante para conseguir unas botellitas de agua mineral marca patito, a 20$ cada una, para poder desintoxicarme un poco.

Perdí 5 veces más tiempo tratando de conseguir algo que tomar, que el que pude dedicar en disfrutar.

Por otra parte, otra vez experimenté el sonido quemado en una Arena. Eso si que es el colmo, quedarse corto con el sonido es imperdonable, no entiendo para que carajos arman una torre de monitoreo si parece que son sordos y no se dan cuenta que el sonido está distorsionando como en cumpleaños de pobre.