THEO PARRISH
Por Jay West

Entrevista JUE 01 JUN 2017

Jay West, el respetado artista rosarino, es también un conocido coleccionador de discos, con especial antención en la música negra. Sabiendo de su admiración por Theo Parrish le pedimos que le dedicara algunas palabras, y el resultado fue un interesante manifiesto que presentamos a continuación.

Theo Parrish

El sentimiento como motor, el contexto como herramienta.

La interpretación del contexto es un ejercicio esencial a la hora de intentar la imposible tarea de explicar la concepción de cualquier forma de arte. En el particular caso de un artista que alineó una fructífera cantidad de lanzamientos inspiradores desde mediados de los 90s, nos obliga a tratar de oír su voz -ante la ausencia de letras en sus canciones- a través de sus samples, de su colección de discos -la banda de sonido de su adolescencia-; del entorno artístico, social, racial, urbano de Detroit, Chicago, Washington o New York, y lo que significaba crecer bombardeado de todo esa cascada de texturas; el ruido si se quiere, de la historia de la música moderna misma siendo construida.

Todo ensayo de filosofía respecto a este nuevo mundo de máquinas nos remite a pensar en MPCs con pintura agotada y quemaduras de cigarrillos, en pilas de vinilos escondiendo joyas de jazz, soul, funk y disco cortesía de los mejores años de la explosión de la música negra, siendo escudriñados en busca de aquél pequeño trozo de cuadratura que repetido en el tiempo lograra ese efecto hipnótico que nos enamora desde entonces.

Theo Parrish así como Kenny Dixon Jr -con quien colaboró en varios proyectos- y otras luminarias de esa fuerza motriz que es Detroit, son influencia de multitud de artistas actuales, pero sus propias referencias tienen más que ver con Miles Davis, Herbie Hancock, Fela Kuti, Weldon Irvine, Roy Ayers o George Benson, y eso se nota. El sentimiento, la sensación orgánica de espacio y la melancolía del soul, aún en sus trabajos más cercanos al techno, siempre están presentes en el legado. Se percibe en el recorrido sinuoso de la púa sobre el groove el inevitable tiempo invertido a la caza del sample perfecto. Esa meditación selectora que determinará cuál de las incontables porciones de música existentes en una colección respetable merece ser repetida en el tiempo para crear ese trance que toca las fibras de los melómanos modernos.

Además de esa característica compartida con muchos artistas de su generación, Theo Parrish ha mostrado siempre una extrema pasión por el proceso creativo, por el desafío de enfrentar la construcción de una pieza musical y su diseño sonoro siempre de una manera diferente. Esa variación en los caminos, instrumentos y herramientas utilizados logra esa sensación de esteticismo ecléctico y complejo, casi incómodo. Su último álbum, American Intelligence, es un ejemplo claro de su reticencia a repetirse: los samples son utilizados en menor pero no por ello menos creativa medida y la rítmica se vuelve más compleja y sugestiva a medida que avanza contando su historia.

Ahí es donde se saborea la virtud, esa voz que indirectamente se escapa de cada línea de bajo cruda, madura, que a menudo pareciera sonar a través de un distorsionado parlante de aquella época o con reverberancias propias de una caverna o una habitación extremadamente irregular. Allí es donde se degusta esa escultura del sonido que nos traslada por un momento, a una época tan cercana como inalcanzable para los que intentamos entenderla desde otro entorno tan diferente.

Música con imperfecciones, con ese grado de casualidad e improvisación palpable y al mismo tiempo sin nada librado al azar. Con una irreverente actitud hacia las convenciones sonoras radiales y actuales, pero con un respeto absoluto por el contenido emocional. Música elegante, sin género pero con historia.

Su propuesta desde las bandejas reza el mismo evangelio, música seleccionada sin ataduras de época ni de estilos, algo que a veces apreciamos demasiado poco por estos lados absorbidos por el 4/4, el unreleased mix y los snare rolls.

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Texto: Jay West

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